“Conócete, acéptate, supérate”
(San Agustín)
¡Funciono como un
reloj! ¡Estoy que me salgo!
¿Te suenan estas
frases? Si han salido de ti, estás de enhorabuena. Tu reloj biológico
está en perfecto estado.
Afortunadamente, no
siempre estamos así. Tenemos días malos, horas para olvidar. Es justamente esto
lo que da valor a esos momentos en los que nuestras acciones parecen sobresalir por
arte de magia. Nos sentimos capaces, nos afanamos sin que nadie pueda detenernos,
lo hacemos como nunca y el tiempo pasa volando. Lo decía Ramón Gómez de la Serna, “el reloj
no existe en las horas felices”. Disfrutamos, ¡qué más podemos pedir!
Es probable que te
hayas dado cuenta de que eso suele ocurrirte cada cierto tiempo, con determinadas
cosas y en momentos aparentemente casuales. No hay nada de magia en ello, tus
sistemas nervioso y endocrino funcionan tan bien que un maestro relojero te
diría que cuides de ese reloj biológico, que no te distraigas para que no se
detenga, para que siga ejerciendo su misión vital en óptimas condiciones; para
que tú sigas funcionando como un reloj.
¿Por qué esos
sistemas? ¿No influyen el corazón o nuestra mente?
En parte sí, en la
mente está el centro de control de nuestro tiempo. La cronobiología, la ciencia que estudia los ritmos biológicos, ha
descubierto que ese prodigio natural llamado reloj biológico está instalado
(¡atento al nombrecito!) en el núcleo supraquiasmático y desde allí genera todo
lo necesario para que nuestro cuerpo se adapte a todo tiempo (externo), que es
como decir que sincroniza nuestro tiempo (interno) con el entorno que nos
envuelve y exige.
¡Entre nosotros no
hay química! ¡Algo me dice que esto no va a funcionar!
Tranquilo,
tranquila, son las hormonas. Son los estímulos químicos que segrega nuestro
sistema endocrino y cuya periodicidad regula el sistema nervioso central, en
respuesta a los estímulos sensoriales de la naturaleza. La adaptación es la
sincronización de esos estímulos.
Hasta aquí creerás entonces que todo es
natural y que el funcionamiento de nuestro reloj biológico es algo ajeno a
nosotros. Que si algo va mal, o nos sale mal, es achacable exclusivamente a
factores externos y a nuestras respuestas automáticas e inconscientes para las
que estamos programados. La buena noticia es que no.
Algo, quizá más de
lo que pensamos y mucho más de lo que nos gustaría, depende de cuestiones tan
deliciosas como la autoestima, la confianza en nosotros mismos, la disciplina
personal. También de nuestro amor propio y, sobre todo, del reconocimiento de
nuestro potencial.
¡Cuántas veces
renunciamos a atrevernos, a dar el paso! Los temores, las inseguridades, las
dudas, las auto-limitaciones… la inacción. Y mientras tanto el tiempo sigue
pasando y nosotros sin contarlo. ¡Ya no más! No hay paso más obligado que el
primero. Y hay que darlo. Es el primero y no será el mejor, será apenas un balbuceo. Pero todos los
pasos dejan huella, tanto más profunda cuanto más firme pisemos. Atrévete con ese primer paso.
¿Qué hace firme un primer paso?
¿Qué hace firme un primer paso?
Hazte estas tres
preguntas: ¿Qué sé? ¿De qué soy capaz? ¿Cómo me siento? Entiéndelas como
estímulos sensoriales que has de sincronizar con estímulos químicos. Usa para
ello tu prodigioso reloj biológico: siéntete, alinea tus respuestas con tu esencia, la
que te identifica, con la que has de convivir y de la que no nos puedes privar
a los demás. Estamos esperando todo tu potencial, confiamos en ti. No nos
desilusionarás, estamos convencidos de que lo lograrás. Más aún, ya estás en
el lío: la prueba es que ya estás leyendo este blog. Gracias por ello, ojalá te sea de provecho.
Mientras preparo la
siguiente entrada, en la que presentaré el reloj de arena, te dejo los
principios que rigen tu reloj biológico:
Conócete
|
Confía en ti
Sé tú
|
Muévete en tu
salsa
|
Vive en el
presente
|
Mira al frente
|
Aprovecha tus
mejores horas
Expándete
Y utiliza siempre,
siempre, tu Plan VÉ.
|
Ahora bien, si quieres que el reloj funcione cada ahora, has de utilizar esos principios ya. ¿Cómo?
Explora tus expectativas, tus inquietudes, tu
potencial.
Valora la oportunidad, la conveniencia y la adecuación.
Considera todos los factores, alcanza tu disposición
proactiva.
Estimula todos tus resortes, calienta motores,
prepárate para la acción.
Arranca ya consciente de tus posibilidades,
considerando que podrás cometer errores, que habrá obstáculos; todo suma, forma parte
del proceso de crecer, de aprender.
Asume ese coste como la mejor inversión. Inversión
en ti, que es lo mejor para ti y para los demás.
Cierro este tiempo compartido parafraseando a Balzac: el tiempo es el único capital de las personas que no tenemos más que nuestra inteligencia por fortuna. Es nuestra inteligencia cronográfica, cuya primera capacidad, reconocer nuestro potencial, la 'mide' nuestro reloj biológico. Mímalo, mímate. ¡Sé íntecro!